jueves, 15 de septiembre de 2016

Érase una vez en Noruega


El 8 de abril de 1991 Per Yngve Ohlin, más conocido como Dead, decidió convencer al resto del mundo de lo que él ya sabía desde los trece años: que estaba muerto. Se internó en el bosque y con un cuchillo se rajó las muñecas y el cuello. Introvertido, depresivo, tras un accidente en su infancia despertó de una experiencia cercana a la muerte con la íntima convicción de que de ahí, de la muerte, no se regresa (1). Tal vez la certeza de que ya estaba allí le hizo impacientarse ante el hecho de que a pesar de sangrar por esos cortes durante veinte minutos seguía respirando. Había estado casi toda su vida desplazado de la realidad y con la sensación de participar en una farsa. Volvió a su piso, cambió el cuchillo por una escopeta y se voló la cabeza.

Su compañero de piso, el artista conocido por el público como Euronymous y Øystein Aarseth por sus padres, se encontró al llegar con la pintoresca escena. Un bodegón de escopeta, cuchillo, salpicaduras y Dead con los sesos saludando al aire, más una escueta nota de suicido que rezaba «Perdonen por toda la sangre». Dispuso mejor alguno de los elementos que para su gusto desequilibraban el cuadro y le hizo una foto al cadáver (2). Tras recoger unos fragmentos de cráneo para hacerse un collar (3) e imaginamos que observar un rato satisfecho y con los brazos en jarras su obra, avisó a la policía.

Dead y Euronymous formaban parte de Mayhem, si no la principal sí al menos una de las más importantes bandas de la escena del recién nacido, prácticamente de sus tripas, black metal noruego. El más extremo de todos los estilos del metal extremo. Y quizá la forma más extrema de arte de finales de siglo XX, porque ningún otro movimiento imbricó en tan alto grado el arte y la forma de vida que ese arte predicaba. Claro que lo que predicaba era muerte, mal, nihilismo, odio y caos, pero qué queremos con cuatro horas de luz solar al día y un frío frente al que uno solo podría protegerse metiéndose en las tripas de un tauntaun muerto. La música era la perfecta banda sonora de los sentimientos, claro. Si una de las funciones del arte es modelar ánimo y sentimientos no cabe duda de que la escucha de las discografías de Mayhem, Burzum, Emperor o Darkthrone conduce a un estado emocional espeluznante. Una batería a velocidad endiablada tras estridentes y machacones riffs de guitarra, voces que entre chillidos guturales cantan a la mayor gloria del mal. En ese mal hay una putrefacta hermosura, una cierta belleza enferma y terrible que se derrama sobre el oyente como si fuera un recipiente y esa oscuridad fuera un líquido del que de pronto estamos sedientos. No obstante, las opiniones sobre esta música, como en el caso de Asurancetúrix el bardo, están divididas. Con el mismo buen criterio, cualquier persona normal lo que escucha en esos discos es un pandemonio que recuerda a una madre golpeando de manera histérica la puerta del baño mientras su hijo y el perro mueren dentro expeliendo violentas vomitonas de bilis (4).


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